Si pensaran en la literatura, quienes heredan la obra de un escritor muerto, ¿enterraría con el autor a sus personajes o dejaría que cualquiera prolongara su vida? Si fuera por “control de calidad”, se podría decir que tener los derechos de un escritor no equivale a tener su criterio, escribió Javier Rodríguez Marcos (El País, 1º/Sep/2015); por eso todos los lectores, y algunos editores, rezaríamos porque alguien escribiera un Quijote mejor que el de Cervantes.
En la globalización muchas cosas se han puesto a prueba, en especial lo que llaman “marca personal”, algo que para algunos sonará a marketing. Hoy, que casi todo circula en redes, ¿qué sería mejor? ¿Que el autor fuera del dominio popular o que muriera en el anonimato por los controles de marca?
Los políticos lo han considerado. Antes de iniciar campañas, desfilaron por el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, IMPI, Andrés Manuel López Obrador, Eruviel Ávila, Luis Videgaray Caso, Manlio Fabio Beltrones, entre otros, para registrar su nombre-marca. (Mauricio Jalife Dafer, El Financiero, 25/05/2016) Claro. Hay un abismo entre un político y un escritor prestigiado. El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry en Francia, por ejemplo, sus herederos lo registraron tanto en nombre como en personajes.
En nuestro país no fue fácil asimilar que el nombre Juan Rulfo, escritor de orgullo nacional, estaría prohibido a cualquier mortal y que, para usarlo en un homenaje o festejo cultural, tendría que ser con la autorización de los familiares propietarios de la marca.
La Ley de Propiedad Industrial, Artículo 89, permite constituir marca del nombre propio de una persona física “siempre que no se confunda con una marca registrada o un nombre comercial publicado”.
Así, tras pagar 2 mil 167 pesos, Juan Francisco Pérez Rulfo Aparicio, hijo del autor de Pedro Páramo, es titular, con su madre, de la marca Juan Rulfo, a partir del 24 de abril de 2006, para servicios editoriales, asesoría académica, cursos y actividades culturales.
También del escritor Eusebio Ruvalcaba, durante el homenaje realizado en el INBA por su primer año de fallecido, León Ruvalcaba, hijo, y Coral Rendón, su madre, anunciaron la Fundación Eusebio Ruvalcaba y el registro del nombre como marca para con ello mantener su recuerdo vivo a través de la difusión de su obra, y que su memoria sirva para proyectos, actos culturales y actividades que celebren el arte.
Una noche como cualquiera otra… es un texto publicado en la revista cultural Transgresiones que entregó en una cantina Eusebio Ruvalcaba a Víctor Roura. Humberto Mussachio, autor de La república de las letras (Excélsior), fue testigo.
Ahí Mussachio reveló que Ricardo E. Larrea Soltero, “quien dice representar los derechos de la señora María del Coral González Rendón, primera esposa de Ruvalcaba”, entregó al editor Alejandro Zenker y a Roura una carta donde demanda que tanto el texto como la imagen de portada no los autorizó su representada. Prohibir el homenaje a un autor o que se publique su imagen, agrega Mussachio, “atenta contra la cultura y carece de base, pues no hay ley que lo prohíba”. A lo sumo, “la ex esposa podrá exigir un pago similar al que reciben los otros colaboradores y ya”.
Aunque viéndolo bien, esta demanda no es por lo atrás dicho, sino por una referencia que más adelante menciona Roura respecto a una persona que marcó la vida del escritor en sus últimos años. Así de fácil, así de visceral.
Publicado EL UNIVERSAL QUERÉTARO 20 de mayo de 2018
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