Para los grandes y verdaderos humanistas. Los hay.
Por José Sobrevilla
No es palabra común, pero resulta muy actual para calificar a algunos dirigentes políticos; sobre todo aquellos que, por haber llegado al poder ‘contra todo pronóstico’, no parece que llegaran a asimilar –mentalmente– con mucha madurez y humildad su momento; entendible porque es una debilidad muy humana y pocos llegan a tomar conciencia de ello sino hasta el momento de padecerlo.
Estamos más acostumbrados a la palabra “megalomanía” (manía vinculada a la grandeza), y el dicho muy usado en México expresa “Se mareó en el ladrillo” o bien, “el poder, marea a los inteligentes, pero a los tontos los enloquece”. El hybris o hubris, puede ser entendido como “desmesura” y su explicación dentro de la historia griega está relacionada con el intento de transgresión de los límites que los dioses imponían a los hombres.
La trayectoria es: “El héroe gana la gloria y lo aclaman por haber obtenido –contra pronóstico– un triunfo inusitado. Esa experiencia se le sube a la cabeza y empieza a tratar a los demás, simples mortales, corrientes, con desdén y desprecio, consigna en “El poder y la enfermedad” David Owen. Obra donde el médico neurólogo asegura que el líder llega a tener tanta fe en sus propias facultades que “empieza a creerse capaz de cualquier cosa”[1]. No olvidemos que Owen en los años setenta incursionó en la política del Reino Unido y fue entonces que realizó los primeros análisis del comportamiento de los políticos ante el poder.
No existe definición clara si es o no una enfermedad, sin embargo, muchos profesionales de la salud mental aseguran que sí se encuentra considerada dentro de las enfermedades psiquiátricas; y que el término alude al orgullo o autoconfianza exagerada cuando se ostenta alguna posición de mando.
Este exceso de confianza –en sí mismo– puede llevar al político empoderado a interpretar equivocadamente la realidad circundante y cometer errores. En mayor o menor medida, ejemplo de mandatarios que han caído en ello hay muchísimos. Según el Journal of Neurology, este problema lo llegaron a padecer George W. Bush, Margaret Thatcher y Tony Blair; aunque en la historia la lista es larga (Stalin, Hitler, Franco, Sadam Hussein, etcétera, y uno que otro político de Latinoamérica como Fidel Castro y Carlos Saul Menem, por citar algunos).
Los especialistas –psicólogos y psiquiatras– marcan ciertas diferencias; por ejemplo, un trastorno de personalidad megalomaníaca es cuando la persona está influida por un concepto grandioso de sí mismo, una autoestima tan alta que lo lleva a sesgar, alterar o filtrar la realidad. “En general están satisfechos con su forma de ser”. Mientras que el trastorno delirante megalomaníaco es cuando en un momento de sus vidas, las personas se ven inmersas en un delirio y se conciben como alguien único, grandioso, estableciendo un corte abrupto con la realidad objetiva. “La visión que tienen de sí mismos y del entorno es la única posible, y presentan una inflexibilidad para reconocer otro tipo de realidad”[2].
En “Historia y psicoanálisis”, Ángel Rodríguez Kauth, relata que Carlos Saul Menem, entonces presidente de Argentina, al visitar el Vaticano y al término de un discurso durante una cena con trece cardenales, se atrevió a decir “Yo los bendigo”, ante la atónita mirada de los prelados.
Este doctor en psicología, Kauth, autor también de “La peluca de la calvicie moral”, aseguraba que lo anterior no puede ser leído como “algo fallido”, ya que al seguir la trayectoria política de Menem se encuentra una megalomanía con pretensiones de divinidad; sobre todo cuando en rueda de amigos hacía un chiste diciendo que, en otra visita a la sede papal, fue recibido por Juan Pablo II con un “buenos días, señor”, a lo que jocosamente respondió con un “Decime Carlos, nomás”.
Sobre lo que ocurre en el cerebro ‘hubrista’, Owen plantea que pueden hacerse inferencias a partir de rasgos comunes con otros trastornos de personalidad; sin embargo, para la psicóloga Claudia Herrera de la Universidad de Salamanca, “Aquí están involucradas partes del cerebro relacionadas con la apreciación del riesgo y la toma de decisiones; la amígdala cerebral y el núcleo accumbens, asociados con la impulsividad y la búsqueda irracional de riesgos”[3].
En el caso de Fidel Castro, afirma Pedro Arturo Aguirre en “Historia Mundial de la Megalomanía”, es un caso intermedio de megalomanía, porque no fue objeto de una deificación tipo Mao. Su exaltación no requirió grandes y abundantes esculturas para penetrar en las mentes de los cubanos y moldear sus comportamientos. Asegura que fue uno de los manipuladores más hábiles de la opinión pública en la era moderna de la comunicación; porque “ocupó los micrófonos radiales, acaparó las cámaras de televisión para hablar horas y horas consecutivas, inspiró una filmografía que catapultó su aureola mítica, desarticuló la cultura periodística cubana –de fuerte tradición democrática– e implantó un sistema de propaganda gubernamental al servicio de sus palabras, desplazamientos y ocurrencias, por más inverosímiles y ridículas que fueran estas.”[4]
La historia ha demostrado que el poder resulta adictivo a niveles enfermizos; al grado que muchos personajes han sido capaces de todo con tal de mantenerlo. Por eso es muy común encontrar en el ámbito del poder político, dictadores que cometen cualquier tipo de abusos con tal de mantenerlo. Actualmente, las características de los líderes políticos que han alcanzado el poder por medio de las urnas, una vez que llegan al mismo someten a las instituciones y reforman las constituciones para –de una u otra manera– permitir su reelección. Y cuando sienten que su poder está por llegar a su final por cansancio de la ciudadanía, se vuelven irritables con sus contrincantes estando dispuestos a todo con tal de seguir disfrutando ese poder[5].
El Centro de Evaluación psicológica de la Universidad de Guadalajara señala que, según datos de la Organización Mundial de la Salud, hasta 3% de la población puede presentar megalomanía, definida como el “trastorno de la personalidad, caracterizado porque la persona tiene ideas de grandeza, de manera que puede mentir, manipular o exagerar algunas situaciones o a las personas, a fin de conseguir sus objetivos”[6].
Características de una personalidad megalomaníaca
Especialistas coinciden en que la megalomanía se caracteriza por la falta de seguridad que esconde una personalidad altamente sensible a las críticas y una retroalimentación negativa; esto hace que cualquier cosa pueda desencadenar en él conductas y verbalizaciones agresivas, demostrando así su falta de empatía y respeto hacia los demás. Sin embargo, para identificar este trastorno, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, la Asociación Americana de Psiquiatría ha difundido varios criterios para identificar si una persona lo padece o no.
“Si alguien muestra, ya sea todos o en parte de los rasgos siguientes, requiere atención inmediata: Sentido exagerado de autoestima; Sentido de superioridad sobre los demás; Auto proclamación de talentos y logros; Egocentrismo; Constante auto admiración; Explotación y aprovechamiento de los demás para beneficio personal; Sentir envidia de los demás y desear que las otras personas le envidien; Arrogancia y naturaleza agresiva, e incapacidad para empatizar con los demás”, consigna la Asociación Americana de Psiquiatría.
En general, aclara en su manual, el comportamiento de las personas narcisistas no deja de ser una máscara que ayuda a cubrir sus inseguridades y sentimientos negativos. Esta sensibilidad los lleva a mostrarse agresivos hacia los otros como mecanismo de defensa[7].
Por otra parte, David Owen –en su libro– destaca que, si una persona reúne cinco de las siguientes características, seguramente padece el síndrome de hubris o enfermedad del poder:
1. Propensión narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercitar el poder y buscar la gloria.
2. Tendencia a realizar acciones para autoglorificarse y ensalzar y mejorar su propia imagen.
3. Preocupación desmedida por la imagen y la presentación personal.
4. Modo mesiánico de hablar sobre asuntos corrientes y tendencia a la exaltación.
5. Identificación con la nación, el estado y la organización.
6. Tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona y usar la forma regia de “nosotros”.
7. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por el de los demás.
8. Autoconfianza exagerada, tendencia a la omnipotencia.
9. Creencia de que no deben rendir cuentas a sus iguales, colegas o a la sociedad, sino ante cortes más elevadas.
10. Creencia firme de que dicha corte les absolverá.
11. Pérdida de contacto con la realidad: aislamiento progresivo.
12. Inquietud, imprudencia e impulsividad.
13. Convencimiento de la rectitud moral de sus propuestas ignorando los costes.
14. Incompetencia ‘hubrística’ por excesiva autoconfianza y falta de atención a los detalles (terminando por tomar decisiones erradas).[8]
Como puede ver, amigo lector, de esto a los comportamientos extravagantes de los mandatarios median infinidad de casos: y entre ellos figuran nombres de diversos personajes como el presidente egipcio Abdel Fattah Al-Sisi quien desde Turquía –en días pasados– acusó a los canales de televisión de la oposición de emitir desde el extranjero, arremetidas fabricadas contra el Estado egipcio y difundir noticias falsas sobre los asuntos internos de Egipto.
Este gobernante ha declarado también que su administración tiene una inspiración divina y que antes de su ejercicio había soñado llegar a ser líder de Egipto, y que lo llenaría con su benevolencia; sin embargo, esa prosperidad no ha llegado aún, y el país sufre una tasa de pobreza de casi del 30%, con altos niveles de desempleo y un aumento del precio de los recursos básicos.
O bien Mohammad Bin Salman, príncipe heredero de Arabia Saudí, (“Persona del año 2018” según la revista Time) quien en su lucha contra la corrupción llegó a convertir durante tres meses el lujoso hotel Ritz-Carlton de Riad en una prisión improvisada cuando arrestó a varios multimillonarios y miembros de la vasta familia real.[9]
¿Cuál sería el procedimiento para curar la enfermedad del poder?
Coinciden los especialistas que el tratamiento psicológico tendría que ir dirigido a hacerles ver que esas creencias de grandeza son falsas. Intentar derribar la pared de lo que ellos perciben y en lo que creen para hacerles ver que es falso; y para ello recomiendan un método combinado: psicológico y farmacológico, con neurolépticos o antipsicóticos (fármaco que comúnmente, aunque no exclusivamente, es usado para el tratamiento de las psicosis) y les ayuda a rebajar la intensidad de la idea delirante[10].
[1] https://www.eltiempo.com/salud/sindrome-de-hibris-o-enfermedad-del-poder-que-es-y-cuales-son-sus-sintomas-432894
[2] “Megalomanía: narcisistas con delirios de grandeza” Ana Soteras /Madrid/EFE
[3] https://www.eltiempo.com/salud. Obra citada
[4] Aguirre, Pedro Arturo, “Historia Mundial de la megalomanía”, Ed. Debate, página 151
[5] https://www.elheraldo.hn/opinion/columnas/1012196-469/megaloman%C3%ADa-del-poder
[6] http://www.udg.mx/es/noticia/la-megalomania-es-un-grave-trastorno-de-personalidad
[7] https://www.psicoactiva.com/blog/la-megalomania-trastorno-psicologico-peligroso/
[8] https://www.eltiempo.com/salud. Obra citada
[9] https://www.monitordeoriente.com/20180507-los-megalomanos-del-mundo-y-oriente-medio/
[10] https://www.efesalud.com/megalomania-narcisistas-con-delirios-de-grandeza/
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