Por Ramiro Elías
Ya te lo habían dicho, a ese lugar nada más vas a qué te maten, si, a que te llenen la cabeza de balas. Ese pueblo apesta a muerte, desde lejos se percibe ese olor a sangre aferrado a la tierra que nunca se disipa. Pero no es fácil irse y menos así tan de repente, cuando se es viejo y nunca te dio tiempo de conocer el mundo, cuando solo te acostumbraste a estar en ese rincón de la casa, a andar una y otra vez de un cuarto a otro hasta que te aprendiste el camino y en la noche puedes recorrerlo sin luz o con los ojos cerrados, a ir de la cama a la mecedora o meterte a la cocina a comer lo que quieras sin darle cuentas a nadie. Pero en cualquier otro lugar, lejos, como ahora estás, te miran como arrimado, como perro sin dueño, sin caber en ningún lado y sentirte como estorbo a donde quiera que te pares. En mala hora se le ocurrió a tu sobrino matar a Marcial; ¿qué no sabía en qué diablos andaba metido? ¡Si todos estaban enterados que era de la maña! Y luego huyó sin medir las consecuencias.
Tan tranquilo que era el pueblo, tan a gusto que se vivía sin estos trances; todos los vecinos eran amigos, todos se conocían, todos se saludaban. Pero llegó esa gente sanguinaria a robar, a secuestrar y a traficar. Esos no tienen piedad, torturan, matan y destazan a la gente sin tentarse el corazón, aventando los pedazos y las cabezas de sus víctimas por la calle. Han asolado la región sin compasión, todo escuchan, ¡todo saben y Julián tuvo que matar a uno de ellos! Los padres de tu sobrino no se dieron tiempo para enseñarle el respeto a sus semejantes, no pusieron empeño como lo habían hecho con ustedes, cuando vinieron muy chicos del rancho, pobres pero honrados trajeron la costumbre de trabajar y de todo eso no le enseñaron nada, ni buenos modos ni trabajo, ¡nada de nada!, por eso creció torcido y los metió en tantos problemas.
Aquella noche Julián andaba de parranda con malas juntas, bebiendo y desvelándose en el malecón. Todas las recomendaciones las echó por la borda, a esas alturas ya no escuchaba consejos, su vida era un desastre. Para mala suerte se encontró con los malandros y así como es de atrabancado se puso a echarle de habladas a Marcial Meneses, el que antes había sido su amigo y se había unido a ellos, los malos. Que si muy valiente porque ahora era mafioso y andaba siempre acompañado, que si muy presumido con su camionetota, que si no se acordaba cuando andaba casi descalzo y desarrapado. Con unas copas de más se le salían las maldiciones, nada más envalentonado porque sabía que estaba armado, siempre amenazante!. Sus amigos le querían poner el alto, pero siguió y cuando Marcial vino a reclamarle sacó la pistola y lo mató. No había necesidad, pero su mala cabeza no le dio para más.
Cuando hizo su fechoría y lo agarraron se sintió importante sabiendo que tenía de donde agarrarse, le pidió ayuda a su tía la fiscal quien lo dejó escapar. Le habló a su primo, tú hijo, para que lo sacara del pueblo en su carro y el muy torpe se lo llevó lejos, fuera del alcance de los malos. Pero esa gente no perdona, no tardaron mucho, fue cuestión de dos días, se apostaron afuera de la fiscalía, esperaron a que llegara la tía y cuando estuvo afuera, apenas le dieron tiempo de bajar de su auto, la mataron a balazos por haber dejado escapar a su sobrino Julián a quien pensaban asesinar en la cárcel, luego sentenciaron a tu hijo por haberlo sacado del pueblo, le mandaron decir que en cuanto regresara moriría y si no venía matarían a su familia, por eso tuviste que huir con lo poco que tenías a la mano, llevándote a tu mujer y a tu hija a Reynosa, a la casa de una parienta malhumorada, que siempre te seguía con la mirada, rumiando su coraje por importunarla, contándote las tortillas que te comías y tú con esa hambre que no te abandonaba jamás. Era un suplicio sentarte a la mesa frente a esa mujer que no te quitaba los ojos de encima, haciéndote sentí siempre un mantenido incapaz de encontrar un trabajo.
Fue así que todos dejaron la casa, sin nada, a sufrir a tierra extraña, a pasar penurias sin acomodarse a ese lugar. Cuando viste a tu hijo no te cansaste de reprocharle lo que hizo, por ayudar a Julián tenían que estar escondidos, ustedes, ¡que no eran de ciudad grande! Le dijiste que no regresara, que si lo hacía lo iban a matar; ¿quién lo mandó a sacar a su primo del pueblo? El fugitivo, se perdió, nadie volvió a saber de él para pedirle que afrontara su culpa, algún día va a aparecer descuartizado porque de ellos no se escapa nadie.
Pronto te llegaron las malas noticias del pueblo, te mandaron decir que otro pariente había sido asesinado y una semana más tarde, mataron a otro, la idea era que regresaran Julián y tu hijo, si no lo hacían, acabarían poco a poco con toda la familia hasta hacerlos volver para vengar la muerte del compañero muerto y dejar claro que nadie se puede meter con ellos. Tu hija Martha les dio la noticia de que andaba de novia con un fulano que no les gustó nada, también era del pueblo; tiempo atrás, cuando llegó a Reynosa se enredó con los hampones, tenía los mismos tatuajes que los mañosos y seguro andaba en malos pasos. El día menos esperado, tu hijo te confió que regresaría, que no se preocuparan porque no iría al pueblo, se establecería en Tampico donde un amigo le ofrecía un trabajo.
¿Qué clase de trabajo? No lo dijo por más que le rogaste que lo hiciera porque sospechaste que no era nada bueno y aun así no desistió y se fue sin sacarte de la duda, no te ahorró la preocupación de saber que Tampico está muy cerca del pueblo y que corría peligro. ¿Qué vida es esta? Te fuiste a sentar a una banca del parque a pensar a solas; ¿qué mal habías hecho para merecer lo que les pasaba? y esa tarde decidiste regresar al pueblo, total, ¿qué más podía pasar? tarde o temprano tendrías que hacerlo. Muy en el fondo querías pagar la afrenta que Julián y tú hijo habían causado a los malos y dejaran de matar a tus parientes.
Conseguiste para comprar tu boleto de autobús, hasta la parienta cooperó con tal de no seguirte manteniendo ni verte la cara. En la madrugada viajabas pensativo sin estar seguro si regresar era lo mejor, puede que aguantar a esa señora no hubiera estado tan mal, pero ya estabas de viaje y no había vuelta atrás. Te acordaste de la casona de tus padres cuando pequeños llegaron del rancho, de las tardes sentado en el corredor rodeado de las macetas de tu madre, floreando en todo tiempo, escuchando canciones viejas en la radio, ajeno a todo temor; de las noches cuando tus padres te llevaban con tus hermanos al cine Tropical, dejando la casa con las puertas abiertas como lo hacía toda la gente, luego, sentado al aire libre en una de las bancas de madera del cine echabas una mirada a la pantalla y otra al cielo abierto a ver las estrellas.
Al salir, tus padres se entretenían saludando a los amigos, te compraban dulces y pasada la media noche regresaban a la casa abierta con las puertas de par en par y nunca faltaba nada. Después, más grande conociste a la que ahora era tu esposa, los domingos en la noche salían al parque, tuviste la suerte de que a tu mujer le gustara la misma música que a ti, bailaban muy juntos disfrutando de las melodías hasta el día que decidieron ser felices juntos. Y te quedaste dormido, tranquilo en el asiento, pensando, que nada somos sin los recuerdos de los buenos tiempos. En la madrugada llegaste al pueblo y a la zozobra, te fuiste a tu casa cruzando, sigiloso, las calles solitarias que te parecieron más oscuras y lóbregas, la encontraste llena de polvo, te acostaste a dormir un rato más en ese camastro que tanto extrañabas, respirando la humedad que se había colado por las rendijas de las ventanas.
Pasaste los días encerrado acompañado por el miedo. Te puedes morir hoy, te decías, si no sabes cuando te toca está bien, pero cuando pende una amenaza sobre ti no duermes tranquilo, en cada desconocido ves el peligro. Solo salías a lo indispensable para no darte a ver, escondido de los ojos de tus conocidos, casi disfrazado con gorra y lentes oscuros, procurando pasar desapercibido. De todos modos, no tardaron en reconocerte tus amigos, ¿” Cuando regresaste?» y les contestabas con timidez que sólo estabas de paso, esquivando las preguntas y los comentarios indiscretos. Permaneciste solitario en tu casa con las luces apagadas, sobresaltándote con cualquier ruido, hasta que pasó lo que tanto presentías, te avisaron que tu hijo había sido herido a balazos; ¡cuántas veces le dijiste que Tampico no era lugar seguro para él! y allí estaban las consecuencias, quién sabe si también se había metido a hacer cosas malas y esa fue la causa de que lo encontrarán.
No tuviste tiempo de llegar a verlo vivo al hospital, hasta allí se metieron para rematarlo a cuchilladas en la misma cama y te lo entregaron muerto. Lo trajiste al pueblo para velarlo en la funeraria. Regresaron tu mujer, tu hija y el novio; en la noche llegaron otros familiares y amigos para acompañarte.
El ataúd era velado en la sala principal, tu mujer y los parientes estaban sentados en las sillas interiores y un amigo te daba el pésame, afuera, en la banqueta. Eran pasadas de las nueve de la noche cuando llegó el comando; te tomaron desprevenido, te metieron varias balas en la cabeza dejándote tirado en la entrada. Por sobre tú cadáver, los hombres armados entraron amenazando a la gente, disparando sobre los cirios y las pocas flores que trajeron la familia y los amigos. Toda la gente se echó al suelo. Se acercaron a féretro para dispararle al difunto en la cara, dejándolo destrozado e irreconocible. El ataúd roto quedó tirado en el piso. Tu hija y el novio se escondieron en un baño y hasta allá los siguieron, abrieron la puerta a la fuerza accionando sus metralletas. El joven quedó muerto en el lugar y tu hija herida murió después en el hospital.
Al día siguiente se celebraron los funerales de todos ustedes en un pueblo vecino. Nadie acompañó a tu mujer. Antes de morir de la pena y de un infarto al corazón no quiso mirar a tu hijo, prefirió olvidar el rostro destrozado y acordarse del que guardaba en la memoria, la imagen sin edad ni tiempo, de fotografía vieja que te mira con esos ojos que destilan vida y te sonríen, como hojarasca que se lleva el viento.
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