El pretexto de la entrevista con Armando Herrera Silva fue la segunda edición de su libro “Los tiburones van a comer mucho verso. Cuaderno de versería de Artemio Villeda”, cuya portada fue enviada por el periodista de las mañaneras (SDP Noticias) Eduardo Esquivel Ancona, sabiendo que este reportero es de origen Huasteco, y a quien pedí me acompañara en esta importante conversación. Cuando me llegó la imagen le respondí “Tengo que entrevistarlo”; y no me equivoqué. La trayectoria de Armando y conocimiento de la música huasteca inició desde niño, en Tantoyuca, Veracruz, lugar de origen de su señor padre, quien además de gustar de los huapangos, era un excelente bailador de ellos.
Digo con honestidad a los lectores que, buscar esta entrevista, tenía que ver con que Don Artemio Villeda Marín, reconocido trovador huapanguero del campo norte veracruzano, quien, a pesar de haber nacido en el Ejido Plan de Juárez (19 de octubre de 1927) Xilitla, S.L.P. se le reconocía más cuando vivió en el municipio ‘El Camalote’ de Pánuco, Veracruz; y su rancho era aledaño al de la familia de quien esto escribe. Algunas tardes, desde el recuerdo de una muy tierna infancia, me parecía ver a don Artemio Villeda reunirse con mi hermano Raymundo (Pérez Sobrevilla) a ensayar tocadas de huapango en una enramada de la casa de ‘Chijoles’, e incluso −en varios momentos− se presentaba a tocar durante algunas fiestas de nuestra familia; unos quince años, recuerda mi hermano.
El hijo de Artemio Villeda fue compañero escolar de este tecleador, cuando estudiábamos en la escuela primaria rural ‘Vicente Guerrero’ de ‘Los Manguitos’, en el municipio panuquense. En fin, ¿cómo no pedir la entrevista con este singular hombre, don Armando Herrera, quien por tres días grabó más de diez horas de entrevista con este juglar huasteco, y quien él mismo, Armando, tiene toda una tradición como huapanguero y promotor cultural del son, así como entrevistador de los hacedores de esta música?
En medio de una contaminación auditiva por los aviones que a cada rato cruzaban por los cielos de la colonia Tlacoquemecatl Del Valle, (San Francisco 1431) en el restaurante ‘Verde Tentación’, de la querida amiga Irma Palacios Carrillo, donde nos reunimos con Armando y Eduardo Esquivel para realizar esta entrevista, logramos hacer una muy emotiva conversación, aunque muy viciada para video, estuvo llena de recuerdos, anécdotas, conocidos y amigos comunes.
Aunque Armando no se considera profesional del huapango, pero sí lo es y usted me dará la razón una vez que conozca su trayectoria, de inicio le pregunté…
¿Cuándo y cómo iniciaste tu carrera en el huapango y la música huasteca?
Todo lo que he hecho ha sido por amor a la música y a nuestra tierra, respondió firme. “De pequeño viví en el rancho ‘Los Laureles’, ubicado muy cerca de Tantoyuca, Veracruz, del que guardo gratos recuerdos. En varias ocasiones llegué a acompañar a mi padre a algunas huapangueadas que, aunque él no cantaba ni tocaba, los bailaba muy bien. Alguna ocasión −recuerdo− fuimos al rancho de Don Chucho del Ángel, quien compraba diariamente la producción de leche del rancho de nosotros. Él vivía en el rancho llamado ‘El por hacer’, y lo llamó así porque decía que, en un rancho, el trabajo nunca se acaba, y siempre hay que estarle haciendo cosas”.
Aquella ocasión amenizó el “Trío Camalote”, de Pánuco, Veracruz, que integraban Don Lucio Villeda en la guitarra quinta huapanguera, Genaro Martínez en el violín y Don Artemio Villeda Marín jarana y trova. “La verdad quedé maravillado de oírlos tocar y más sorprendido al oír trovar a Don Artemio, pues además de que siempre tenía la palabra precisa, jocosa, para ‘alegrar’ a los asistentes, sorprendía porque conocía ¡a todos… por su nombre!
Otro hecho fue oír y ver a Lucio tocar la huapanguera. Y cuando digo que me sorprendió fue porque nunca, jamás, había visto que en una pieza musical, con un instrumento −sus acordes−, se pudiera acompañar y bajear al mismo tiempo. Desde ahí me cautivó la música de huapango”.
Tal vez usted, como yo, se pregunte ¿Por qué el título del libro “Los tiburones van a comer mucho verso”? (cuya segunda Edición está por agotarse). Le cuento: En 1975-76 cuando en Veracruz gobernaba Rafael Hernández Ochoa, y Luis Echeverría hacía lo propio en el país, llevaron una delegación de artistas (más de 80) a Cuba, y entre ellos iban “Los Camalotes” … Cuando se pidió que alegraran el viaje, empezaron a tocar en el avión con jarana y violín (Don Artemio tenía miedo que si se movían el avión podría ladearse), y el gobernador preguntó “por qué no los acompañaba el de la guitarra…” Entonces, en broma, el compadre de Don Artemio, le dice “Dígale al chofer que pare el avión, para sacarla, porque va en el equipaje”. Entonces, en ese momento, (Don Artemio) se recita el siguiente verso:
Este viaje es mi ilusión
Nunca lo podré olvidar,
Lo que siento en el avión
De que si llega a fallar,
Ya no vuelvo a mi nación
Me voy a quedar en el mar.
Y entonces Rutilo, el compañero del arpa, al momento dijo: “Los tiburones van a comer mucho verso” …. Y esa es la historia del título del libro, según nos cuenta el gran Armando Herrera en su libro (que diría recatadamente quien esto escribe) debería ser lectura obligada para los jóvenes huapangueros de la Casa de Cultura de Pánuco por la importancia que tiene la versada de Don Artemio Villeda, aquel enorme huapanguero de la región, género del que fue promotor y hoy corre riesgo de ser olvidado en Pánuco, Veracruz, la tierra que hoy gobierna el amigo Presidente Municipal Óscar Guzmán de Paz. Después de varios años, Armando Herrera reveló que fue a estudiar a la Ciudad de México.
¿ALGUIEN ES PROFETA EN SU TIERRA? NADIE, DICE EL DICHO
Ya había palpado Armando Herrera la importancia de la música popular en el seno de una comunidad, como parte fundamental del proceso de desarrollo identitario de las regiones; así que se empezó a integrar a un grupo de compañeros que comenzaron tocando huapangos. Además, “creo que les caí bien porque me permitieron darle cierta legitimidad al grupo”, mismo que estaba conformado por dos chilangos y un italiano; los primeros eran los hermanos Eduardo y Ernesto Anaya, y el italiano era Lucas Hernández Bico. Resulta que así pasé a formar parte −suigéneris− del único trío de cuatro integrantes y llamamos “Grupo Zacamandú”, que es el nombre de un son huasteco muy conocido anque también hay otro son jarocho llamado El Toro Zacamandú.
(Zacamandú, a decir de Antonio García de León, es un vocablo africano de origen dahomeyano, que no se sabe su signficado a ciencia cierta; sin embargo, al pasar por el “caribe afroandaluz”, adquirió un sentido para nombrar a los brujos o hechiceros. Por otro lado, Don Guillermo Cházaro Lagos, en alguna ocasión comentó a Armando que “Zacamandú” era el toro cabresto o toro puntal al que sigue la manada).
Como señala el dicho “nadie es profeta en su tierra” y, con la experiencia −al estar lejos de su terruño− Armando llegó a aprender mejor la música de su región y, además, de que su trabajo fuera valorado allá, en la Huasteca. Con el tiempo, −dijo− “empezamos a tocar son jarocho y las circunstancias de aquella época, en que el ahora famoso ‘movimiento jaranero’, aún estaba en una etapa incipiente −hablo de 1980−, ayudaron a que otros amigos que estaban viviendo aquí en la Ciudad de México, y otros en Tepoztlán, Morelos, que, digamos, no tenían de fijo con quien tocar, ayudaron a que nos reuniéramos a hacerlo; y de ahí pasamos a ser de un trío de cuatro, a una banda banda de nueve integrantes.
«Al juntarnos Adriana y Claudia (Wendy) Cao Romero, Francisco García Ranz, Antonio García de León, Pedro su hijo y Leopoldo Novoa el grupo creció y, con el tiempo, adquiriría cierta fama, pues varios eran músicos de carrera: Antonio García de León, desde hacía varios muchos años venía siendo el gran investigador e historiador de las músicas que conformaron lo que hoy conocemos como el ‘son mexicano’, además de ser un excelente jaranero, sabía varios sones que ya se consideraban ausentes del repertorio actual.
Fue así que el ‘Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan’ terminó por convertirse en nuestro escaparate para presentar año con año uno o dos sones “nuevos”, o más bien “viejos” de los que ya no había rastro en la memoria colectiva de los ejecutantes de ese tiempo. “Por otro lado, a la par de mi incursión en la música popular, junto con otro amigo, Renán Sánchez, pusimos −para subsistencia− un taller de serigrafía en donde hacíamos trabajos publicitarios; y un día se me ocurrió imprimir uno de esos sones en tabloides; así, cada que nos presentábamos, regalábamos a la audiencia tabloides con la letra que ya casi nadie recordaba; de esa forma logramos que algunas de esas piezas se volvieran a tocar.
Después de esa experiencia, se le ocurrió a Armando Herrera pedirle una entrevista al legendario decimero de la Cuenca del Papaloapan don Guillermo Cházaro Lagos y que le permitiera algunos de sus poemas para hacerle un libro. Fue con ello que se dio su primera incursión como hacedor de libros; sin embargo, éste fue hecho en serigrafía, cada página fue impresa a mano, así que cada ejemplar era un original. “Así me convertí en editor y, bueno, de esta faceta llevo ya como unos veintitantos libros publicados, unos como coordinador y compilador, otros simplemente como editor”, reveló.
En 1997, Armando fue premiado por el gobierno de Cuba, con la presea ‘Cucalambé’ por su labor en la promoción de la décima y el verso improvisado; quien también ha colaborado con las Secretarías de Cultura de San Luis Potosí y Querétaro en la elaboración de las declaratorias como patrimonio cultural inmaterial de la música huasteca. En 1998 fue acreedor al premio ‘Sones y Vidas’ por el libro “Los tiburones van a comer mucho verso…” −primera edición− por parte del Instituto Veracruzano de la Cultura. De 1997 al año 2011, colaboró en el Programa de Desarrollo Cultural de la Huasteca, y ha coordinado diversas publicaciones entre las que destacan la revista ‘Regiones de México’, ‘Diálogo entre culturas’ (en el Conaculta) y ‘Verdesierto’ (en San Luis Potosí). Ha participado en diversas producciones audiovisuales y ha dado pláticas sobre temas de cultura popular en algunos foros de nuestro país, EEUU, Cuba y España.
Fue Director de Vinculación con Estados y Municipios en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Director del Centro Cultural de la Huasteca Potosina, Director General de Desarrollo Cultural en la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí, colaborando también como investigador en el Centro de Investigación para el Desarrollo Cultural y la Educación Artística del Instituto Nacional de Bellas Artes, INBA.
Dentro de su trayectoria está haber sido Director General Adjunto en la Dirección General de Educación en Ciencia y Tecnología del Mar, en la Secretaría de Educación Pública; editor y también fundador −decíamos− del Grupo Zacamandú[1] donde desarrolló, junto con los miembros de este grupo, un trabajo de recuperación de sones ya prácticamente desaparecidos.
“Yo lo conocí (a Armando Herrera) cuando mi primo estudiaba economía en la Universidad Autónoma Metropolita, UAM, ha señalado el periodista y economista Eduardo Esquivel Ancona… le decían “el huapanguero” y hasta después supe de su carrera dentro de la música huasteca (potosina), era jaranero y llegó a tocar con Salvador ‘El Negro’ Ojeda” (brillante músico de la Ciudad de México, 27 de enero de 1931, que falleció en Coyoacán, CDMX el 9 de febrero de 2011) y quien fuera −como Armando− también un músico, investigador y compositor.
− ¿Cómo nació ‘Zacamandú’ y cómo transformó sus vidas?
− Ya hablábamos del trio de cuatro y que después llegamos a ser nueve. Pues en la medida en que nos integramos con Francisco García Ranz, Antonio García de León, Adriana Cao Romero y Leopoldo Novoa, fuimos afinando nuestro trabajo, hasta llegar a un nivel de perfección como requerían algunos de ellos que −como ya comenté− eran músicos de carrera. En aquella época, digamos, entre 1980 y 1995, se fue consolidando lo que Juan Meléndez del Grupo ‘Tacoteno’ de Minatitlán, llamó “Movimiento Jaranero”. Algo que desde hacía rato ya venían trabajando Grupos como ‘Mono Blanco’, ‘Siquisirí’, ‘Tacoteno’, entre otros, y que algunas instituciones como Radio Educación, con tres productores: Felipe Oropeza, Ricardo Pérez Montfort y Graciela Ramírez, hicieron que el son jarocho se consolidara y aflorara hacia el mundo al consolidar el ‘Encuentro de Jaraneros en Tlacotalpan’.
Hoy encuentras ‘jaraneros’, en casi cualquier parte del planeta. Además, es una música que no sólo ha evolucionado al hacer fusiones con otras como el jazz, el son caribeño o, incluso, hay grupos que están incursionando en las raíces barrocas del son. “Sí, Zacamandú nos dejó marcados a todos; pues hicimos un disco que, a decir de grandes maestros del son, llegó a marcar pauta”.
Prácticamente, los que integramos el Grupo logramos destacar en alguna rama o de la música o de la promoción cultural, como ha sido mi caso. Adriana Cao Romero tiene ahora un muy exitoso grupo de son jarocho que lo integran casi puras mujeres: ‘Caña Dulce y Caña Brava’; hace unos días Wendy, hermana de Adriana Cao, con el colectivo de son jarocho ‘Conga Patria’ ganaron el premio Grammy 2023 al mejor álbum de jazz latino. El grupo lo integran Tacho Utrera, compañero de Wendy, Ramón Gutiérrez del Grupo ‘Son de Madera’, Patricio Hidalgo del grupo ‘Afrojarocho’ y Fernando ‘El Árabe’ Guadarrama, junto con la orquesta de ‘Jazz Afrolatino’ de Arturo O’Farrill, por ‘Fandango at the wall in New York’ (Fandango en el Muro en Nueva York), grabado en el muro Tijuana-San Diego.
Actualmente Leopoldo Novoa es fundador y forma parte del grupo ‘Tembembe, Ensamble Continuo’, así como del grupo de Jordi Savall (violagambista, director de orquesta y musicólogo español, especializado en música antigua), cuyo trabajo ha incursionado en encontrar las raíces barrocas del son; Ernesto Anaya, quien ha destacado enormemente debido a su virtuosismo, tanto como ejecutante y cantor, como por su habilidad y conocimiento para hacer arreglos musicales; Lucas Hernández Bico, se volvió productor de música clásica y ha realizado un gran trabajo de difusión tanto como productor y locutor; así como director de la emisora del IMER, Opus 94.
Francisco García Ranz, ha hecho una gran labor de difusión de la música de son, pero también de sus músicos, tanto en ensayos, grabaciones, fotografías y desde hace como unos cuatro o cinco años, con la revista digital, ‘La Manta y la Raya’[3]. Por último, debo dejar constancia especial hacia el Dr. Antonio García de León, historiador, lingüista y jaranero excepcional. Su gran legado hacia el mundo del son jarocho es invaluable. Ha escrito varios libros y una infinidad de ensayos relativos a la música de son, con los que ha contribuido en buena medida a esta explosión del son jarocho hacia el mundo.
Actualmente, Leopoldo Novoa, Antonio García de León y un servidor, estamos trabajando para sacar un segundo CD con grabaciones de sones desaparecidos del repertorio actual que grabamos hace casi 30 años con Zacamandú. Esperamos tenerlo hacia finales de abril de este 2023.
− ¿Cómo fue tu convivencia con Salvador ‘El Negro’ Ojeda?
En especial, con el Negro Ojeda, más que haber tenido muchas experiencias en el terreno de la música, me unió a él una gran amistad. Recuerdo especialmente que en una ocasión me llamó para que lo acompañara a una negociación que haría con un militar, sobre la venta de una casa que tenía en Amatlán, Morelos. Curiosamente esa persona era de San Luis Potosí y yo conocía a su familia, así que la reunión se tornó muy afable. A final, creo que se la terminó vendiendo a otra persona. Con el Negro Ojeda viajé en varias ocasiones, por lo que en esas travesías me contaba una cantidad de anécdotas muy divertidas.
ARTEMIO VILLEDA MARÍN Y SUS CAMALOTES DE PÁNUCO, VERACRUZ
…Sin embargo, si se trata de haber conocido a huapangueros famosos, creo que el que sí me marcó fuertemente fue don Artemio Villeda Marín. Simpático, creativo, buen conversador, pero, sobre todo, una gran persona. Lo conocí cuando yo era chico, pero resulta que casi 40 años después de que lo dejé de ver, un día que estaba haciendo un registro de músicos, junto con mi amigo Froylán Rascón Córdoba[4], como parte de un trabajo con el que obtuve un apoyo del Fondo para la Cultura y las Artes en San Luis Potosí, caminando por la plaza central de Xilitla, lo vi sentado en una banca, solo; por supuesto de inmediato lo abordamos. Desde luego no se acordaba de mí, aunque sí de mi padre. Le propuse grabar una entrevista que, al principio pensé sería de un máximo de dos horas, pero se convirtió en charla de tres días sobre su vida, de la cual obtuvimos más de 10 horas de grabación. Como a los dos meses fui a Pánuco, a ‘Los Manguitos’, por donde estaba su rancho, y ahí me dio un cuaderno con su versería.
− Después de tu incursión en la música de Son ¿Qué has hecho?
Me he dedicado de lleno a trabajar en la promoción cultural. En diciembre de 1994, después de algunos años (muy buenos como editor), se me vino encima −al igual que a muchas empresas− el famoso “error de diciembre”, que terminó por tronarme como incipiente y exitoso empresario. Así, −mi mujer y yo− nos fuimos a vivir a San Luis Potosí, donde ya vivía toda mi familia, pues mi madre es de allá, y este hecho me marcó de manera definitiva, pues al poco tiempo de haber llegado, Eudoro Fonseca, quien era Presidente del entonces Instituto de Cultura, me incorporó como Director de Culturas Populares y resulta que uno de los programas que se estaban echando a andar era el de Desarrollo Cultural de la Huasteca, ¡así caí, sin proponérmelo, en mi mero mole! Y de ahí en adelante, fui teniendo varios cargos en la administración pública del Estado.
Me fui a trabajar en el 2000 al Gobierno Federal, al Conaculta, y desde ahí me tocó operar, el mismo Programa de Desarrollo Cultural de la Huasteca, pero ya coordinando el trabajo de seis de los Estados que la integran. Lo interesante de este trabajo es que la misma metodología nos sirvió para echar a andar otros programas de desarrollo regional en otras partes del país. Así, surgieron el Programa Yoreme, el del Sotavento, el del Usumacinta y ya después otros más.
La estrategia era tratar de recuperar el sentido regional de las identidades culturales del país; es decir, la premisa era entender que hay regiones en México que existen mucho antes de que se formaran los Estados, y para ello había cuatro elementos fundamentales para recuperar ese sentido identitario: la lengua, la gastronomía, la música y la danza. Aquí, digamos que me formé como promotor profesional. Después, en 2004, fui invitado a trabajar como Director de Planeación y Desarrollo en Diconsa y, aunque no era un campo que me interesara mucho, si me llamó la atención el sueldo, pues era casi tres veces más que lo que percibía en Conaculta. Ahí estuve poco más de dos años. Después me fui a trabajar a la Huasteca potosina, como Director del Centro Cultural en Ciudad Valles; después volví a la ya constituida Secretaría de Cultura de San Luis Potosí por dos años, luego estuve en la SEP como Director General Adjunto de Educación en Ciencia y Tecnología del Mar y en 2015, el gobernador electo me invitó a ocupar la titularidad de la Secretaría de Cultura, en la que estuve los seis años de la administración pasada. Posteriormente, hace poco más de un año, he intentado retomar mis actividades de manera independiente; esto con unos años más y varios achaques de salud con los que estoy batallando; pero eso sí, echándole todas las ganas del mundo. Como podrás ver, la Huasteca me ha seguido siempre, así que seguramente moriré allá. Al menos eso desearía cuando llegue el momento.
GALERÍA DE RECUERDOS
[1] El Cascabel 1995. https://www.youtube.com/watch?v=1Px-gZsp0cg Consultado el 20 de febrero 2023
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Jordi_Savall Consultado el 4 de marzo 2023
[3] https://www.lamantaylaraya.org/
[4] Productor radiofónico. Punta de lanza de producciones con contenido social con amplia trayectoria en Radio Educación, actualmente realiza las series Derecho a la ciudad… a la carta y Sin campo no hay ciudad. https://fonotecanacional.gob.mx/encuentro/participantes/detalle/166 Consultado el 01.03.2023
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