La información en redes sociales es infinita. La semana pasada me llegó, gracias a mi amigo Rodolfo Bórquez, catedrático de la Universidad Autónoma de Guerrero, un video de Enrique Dussel, académico, filósofo, historiador y teólogo argentino nacionalizado mexicano, donde señala el eurocentrismo de nuestra cultura y la enorme necesidad de descolonizar culturalmente a nuestro país. Mencionaba como ejemplo que el símbolo de la facultad de filosofía es una guerrera griega, Atenea, y podríamos agregar Psicología que tiene la letra del alfabeto griego “Psi”.

Dussel se preguntaba por qué a nadie se le ocurrió, en el caso de Filosofía, pensar en los tlamatinimes (en náhuatl “los que saben algo, o saben cosas”) antecedente azteca de los filósofos. A propósito de eurocentrismos, la información de estos sabios o filósofos la hayamos en el Códice Matritense en la Real Academia de Historia (Madrid, España); identificados así por Fray Bernardino de Sahagún por su semejanza con los eruditos o sabios del primer mundo. Fueron una especie de maestros encargados de guiar al pueblo hacia la verdad.

Los había teixcuitiani, parecido a los psicólogos, término náhuatl que significa “el que es ejemplo para los otros” y eran quienes escuchaban las frustraciones y problemas de los aztecas. Citando a Sahagún, León Portilla enumera los tlamatiniyotl o esencia del filósofo; el temachtiani o maestro; el teixcuitiani o psicólogo; teyacayani o pedagogo; tetezcaviani o moralista; cemanavac- tlaviani o conocedor de la naturaleza; mictlanmatini, metafísico experto en la región de los muertos; netlacanecoviani, quien buscaba humanizar a las personas utilizando la enseñanza como cura.

En la Historia General de la Nueva España los tlamatinimes son descritos como perfectos filósofos y astrólogos, donde “el sabio es como lumbre o hacha grande, y espejo luciente (…) entendido y leído (…) es como camino y guía para los otros.

El buen sabio, como buen médico, remedia bien las cosas y da buenos consejos y buena doctrina, con que guía y alumbra a los demás (…) a todos favorece y ayuda con su saber” (Sáenz de Medrano, L., Antología de la literatura hispanoamericana Vol. I); en cambio los cualli tlamatini, sabios no buenos, eran falsos médicos “amantes de la oscuridad y el rincón”, hechiceros que hacían perder su rostro a los otros.

De pronto, el mundo regido por Toltecayotl, palabra náhuatl que proviene de la raíz tol, tallo, que derivó en cultura con el tiempo, y que fue una propuesta social para el buen vivir y la convivencia armoniosa entre sus miembros, buscando que cada individuo alcanzara la trascendencia espiritual, el culto a Quetzalcóatl fue sustituido por el de Hutzilopochtli de los aztecas, dios de la guerra y los sacrificios humanos. El de Quetzalcóatl era el culto a la sabiduría, la templanza y la autoreflexión; por ello los tlamatinime eran importantes para la conservación del conocimiento y cultivar “rostros verdaderos” en los otros o “hacer sabios los rostros ajenos”, la verdadera vocación del sabio, según interpretaba León Por tilla en los Códices.

En el libro Los ovnis de oro, Ernesto Cardenal (Managua, 1925), presenta una crónica de la historia de los indios americanos, con un poema a los tlamatinimes: “Ellos eran los sabios, los tlamatinimes/ (tlamatine: «el que sabe algo»)/los de la tinta negra y roja [los códices]/ guardianes de la sabiduría trasmitida./ Espejos./Hacen sabios los rostros/(esto es: dar a los hombres una fisonomía definida) /Alumbran las cosas como una tea”.

La cultura náhuatl hizo mucho énfasis en aspectos de la vida humana como poesía, cultura, enseñanza de las ciencias; pero ante todo, en la formación de hombres y mujeres, porque no bastaba nacer hombre o mujer, sino que se tenía que aprender a serlo. También se dice que el tlamatini era poeta y debatía temas del cosmos y el lugar del hombre en él.

EL UNIVERSAL QUERÉTARO Domingo 23 de septiembre de 2018